Amasijo de cielo y cordillera,
aquel perpetuo amor etéreo,
que refrescó su dulce rostro
como rocío la mezcla,
nació la poesía de esa
joven mozuela
en lánguidas noches
pidió al cielo
que viniera.
Ilusa la jovenzuela,
creyente y devota
de una pobre promesa,
que apuntando siempre su alma
abria y cerraba la puerta
subía una escalas a la gloria
y al infierno rodaba en silencio.
Fue quieta mariposa bordada
por los dedos de un fantasma
llena de versos sus alas
¡¡ Y como le explotaba el universo ¡¡
Cuando de noche hembra
su lengua le agasajaba.
Relámpagos en sus oídos,
ante el brío de su voz omisa,
¡¡ Como se expandían sus letras ¡¡
Sus ojos se abrían
rumorosos y ligeros.
Vio como las nubes
corría con su tacones altos
tras los vientos.
Nunca llego
la llamada de esa voz vacía
Hecha de cal, lengua fría,
una garganta sin tonos
ni afinadura en sus cuerdas
mudo, mudo desafinado y sin alma
duende meloso.
¿Hace cuanto?,
¿Un cuarto de siglo?,
Incumplida promesa
que como polilla carcomió
lento su afán
hasta agotar la noria de sus ojos
y su semblante emblanquecido
ante la espera, ante la ausencia,
no fue muro para evitar que
amara al poeta sin promesa
que se volvió en su pecho una espiga.
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